Salgo fuera. Llueve. Las gotas resbalan por mi cara cómo si de lágrimas se tratasen, y la ropa, ya calada por el agua, hace que mi cuerpo tiemble. Pero no importa, da igual, porque me encanta la sensación de libertad al extender los brazos bajo la lluvia. Dejar la mente en blanco y, por un momento, olvidar todos los problemas.
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